RAMBITO Y EL POTRERO DE HUACATAMBO Para ser exactos en la inexactitud del tiempo humano, esto sucedió en aquellos años en que la cooperativa moría y el empresariado resurgía al tomar las riendas de la decaída industria azucarera del valle de Nepeña. Y es que a pesar de ser una época de crisis económica y cambios importantes, 'Rambito' Flores tomaba las cosas con calma, pensando siempre en la estabilidad de su familia. Por eso no le preocupaba si en algún momento los nuevos dueños del potrero de Huacatambo decidían prescindir de sus servicios, pues le sobraba coraje y empeño para trabajar en lo que fuera necesario; por suerte, ni lo primero ni lo último sucedió, así que él siguió siendo el guardián y protector del ganado que aún quedaban en Huacatambo. Aunque Rambito no era pegado a las tradiciones o leyendas de su pueblo --ni siquiera temía dormir recostado sobre los cultivos de plátano esperando a que un duende enojado lo despertara por haberle quitado su lugar--, respetaba las creencias de sus paisanos; por eso no dudó en escuchar la historia de su compañero de trabajo, Juan, quien asustado fue a buscarlo para advertirle que tuviera cuidado al acercarse a los animales en la madruga, pues los hijos del diablo, en aquel último mes, andaba alimentándose de la sangre del ganado. No se podía negar que Juan tenía fama de ser un bebedor empedernido; sin embargo, no solía mentir, así que Rambito agradeció el gesto que tuvo hacia él, y cuando su amigo se marchó de su casa, empezó a alistar sus cosas, guardar sus linternas, su pasamontañas, y sacar de su hibernación al rifle Winchester que era su fiel compañero por las noches de guardianía. Listo y preparado para volver al trabajo, después de sus merecidas vacaciones, se despidió con un sonoro beso de su mujer y empezó a caminar por las pocas cuadras que separaban su casa del potrero. Llegó justo a la hora del relevo, y para su sorpresa, esa noche sería el único guardián del lugar, ya que Mauricio, el vigilante que tenía que llegar desde Cerro Blanco, había avisado que se encontraba enfermo y con descanso médico. Pero Rambito no tenía miedo, a pesar de no llegar al metro setenta y ni pesar sesenta kilos, era muy entregado a su trabajo, por eso no le temblaban las piernas al recorrer solo el potrero. Las horas pasaron sin ninguna noticia, el ganado dormía plácidamente y él se preparaba para empezar la segunda ronda de la madrugada. Y fue ahí que, caminando con tranquilidad y acompañado de algunas estrellas, el ganado empezó a desesperarse. Rambito comenzó a moverse con sigilo, recordó las palabras de Juan y, empuñando su rifle, trató de pasar inadvertido para sorprender al animal o persona que había puesto nervioso al ganado, pero ocurrió todo lo contrario. Lo que el delgado vigilante vio lo dejó consternado, eran dos especies de niños, uno tenía sujetado por el cuello al cebú y le succionaba la sangre, mientras la otra criatura, parecida a una niña humana, hacía lo mismo pero cerca de las patas del animal. "Delgaducho, humano, no deberías molestar a los hijos de Lilith", le dijo el niño al sentir la luz de la linterna de Rambito, quien se había acercado a ellos con la intensión de pedirles que se fueran. Rambito se quedó helado, pero no quería correr como un cobarde, así que decidió impostar su delgada voz para ordenarle a los hijos de Lilith que se marcharan. Los dos niños chillaron con tanta fuerza que el vigilante sintió que sus voces golpeaban su cabeza, a tal punto que tuvo tiraste al suelo porque el dolor que sentía era inaguantable. Los hijos de Lilith, al ver al humano adolorido, dejaron de chillar y se acercaron a él. Rambito vio las bocas de los niños llenos de sangre, sus ojos eran parecidos a los de los gatos y sus dientes filosos como el de las pirañas, pero con una fisonomía muy parecida a la humana. La niña trató de morder a Rambito, pero su hermano le impidió hacerlo, le recordó que los hijos de Adán no eran parte de su alimento y que era momento de volver a casa. "Tuviste suerte, eres valiente, vigilante, a pesar de estar en el suelo no dejas de mirarme, se nota que no me tienes miedo y que darías tu vida por cuidar el ganado de tus amos. Te confieso que si todos los humanos tuvieran tu entusiasmo no existiría el infierno", le hizo saber la hija de Lilith a Rambito. "Singular sobrenombre, Rambito, sí que eres muy parecido a Rambo. No fuiste nuestro alimento y te salvaste del desmembramiento, humano. Pero si hubieras utilizado tu arma, me hubiera llevado tus ojos para demostrarle a mis hermanos que aún hay hijos de Eva que son honrados. Nunca olvides el nombre de los seres que te perdonaron la vida, humano, yo soy Zabulón y mi hermana es Florina. Y agradece a tu Dios que esta noche no has muerto y dejado abandonada a tu familia. Hasta nunca, Rambito Flores", acotó el hijo de Lilith antes de desaparecer, junto a su hermana, dejando regado su excremento por todos lados. Rambito se quedó solo en la oscuridad, no estaba asustado, pero sí desconcertado. Se levantó, dio unos pasos y antes de acercarse más, el cebú que había sido victimado se levantó sin heridas y como si nada hubiera pasado. Cuando los primeros rayos del día empezaron a aparecer, Rambito ya había tomado una decisión: "jamás hablar sobre lo que esa noche le pasó", además, los hijos de Lilith nunca regresaron. Y se agradece que después de tantos años, don Rambito, se haya decidido a contarme su aventura, esperando que este relato sea leído y nunca olvidado. Por eso ahora entiendo la valentía que tuvo al enfrentarse a un par de ladrones cuando intentaron robar en los potreros, si no le tuvo miedo a un íncubo y a un súcubo, menos a un par de desalmados que pronto arderán en el fuego del infierno. Que quede escrito que en el pueblo de Huacatambo también existen héroes humanos. Youtube: https://www.youtube.com/channel/UCLDg-lp1cUMyXmGC1eAqMbA Instagram: @elobeliscodehades Facebook: https://www.facebook.com/elobeliscodehades/ Fuente y creador: ©El obelisco de Hades. Fuente de la imagen: Pixabay
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